Sufrimos juntos con el pueblo haitiano su carencia de educación
No acostumbro a ser trágico, ni estoy prognosticando el fin del mundo. Pero me permito meditar sobre un pensamiento expresado magistralmente por el futurólogo y novelista británico H.G. Wells en su resumen de la historia universal publicado por primera vez en 1919, que traducida al castellano dice:
“La historia de la humanidad cada día más es una carrera entre la educación y la catástrofe…”
Y me permito argumentar que algunos pueblos evidentemente están perdiendo esta carrera determinante de la historia, mientras que otros están compitiendo exitosamente.
No tenemos que mirar muy lejos, pues sufrimos juntos con el pueblo haitiano su carencia de educación. Hemos visto en estos meses desde enero la fragilidad de ese conglomerado social sumido no solo en la pobreza material, sino sobre todo en la pobreza de conocimientos de cómo transformar su destino. Sabemos íntimamente lo cerca que está ese pueblo vecino de ser una nación fallida y como eso nos afecta a los dominicanos.También podemos mirar aun más cerca, y ver lo que hemos hecho en las cinco décadas desde que nos libramos de la dictadura de Trujillo, en esa carrera de tiempo para evitar la catástrofe.
Sin temor a exagerar, estamos corriendo hacia el abismo, porque llevamos décadas sin dedicar suficientes esfuerzos por educarnos. No hablo a manera individual, pues a pesar de nuestro deficiente sistema educativo, siempre hay excepciones: personas brillantes que no requieren de mucha asistencia para desarrollar grandes habilidades e instituciones fuera de serie que forman a pesar de sus carencias. Estas excepciones solo confirman que en su conjunto nuestro sistema educativo es indigente. Así lo dicen los resultados de las pruebas nacionales, las evaluaciones internacionales y la percepción que se tiene de nuestro sistema educativo en comparación con los de nuestros vecinos y competidores (exceptuando a Haití ).
Llevamos décadas descuidando nuestra educación. Muchos quieren descontar la medición de nuestros esfuerzos en materia educativa por el por ciento del PIB que venimos invirtiendo en la educación, que nunca ha superado el 3% y en promedio ha sido menos del 2% en las últimas tres décadas. El monto de la inversión en parte puede ser sustituido por la calidad y eficiencia de esa inversión, pero tampoco podemos jactarnos de ser particularmente exitosos en ese aspecto. Nuestro esfuerzo ha sido y es muy débil si lo medimos por cualquier otro indicador, como podría ser las horas de docencia que reciben los alumnos anualmente. No importa cómo lo medimos, los dominicanos no hemos realizado los esfuerzos y sacrificios imprescindibles para lograr buenos resultados educativos.
El enorme retraso que es resultado de décadas de indolencia en materia educativa, significa que si queremos ganar la carrera a la catástrofe, debemos urgentemente redoblar esfuerzos haciendo los sacrificios necesarios para recuperar el tiempo perdido. Aun no hemos perdido la carrera, pero no debemos consolarnos porque nuestro vecino esté muy a la cola de esa carrera. Las demás naciones de ingresos medios nos llevan una ventaja tan amplia, que si no hacemos un esfuerzo vigoroso y sostenido, perderemos la posibilidad de alcanzarlos, y evitar reproducir la catástrofe de los vecinos. No podemos perder ni un momento más
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